EDUCACIÓN DEL RESPETO
Enseñar a los hijos el respeto es indispensable
para una vida familiar armónica, y para su desenvolvimiento en sociedad, pero
¿Cómo se enseña?
«Actúa o deja actuar, procurando no perjudicar ni dejar de
beneficiarse a sí mismo ni a los demás, de acuerdo con sus derechos, con su
condición y con sus circunstancias. »
Al hablar del respeto es importante, en
primer lugar, distinguir entre el respeto que debemos a todos los demás como
hijos de Dios y el respeto que debemos a cada uno, de acuerdo con su condición y
con las circunstancias. La primera nos lleva. A una actitud abierta de
comprensión y de aceptación. La segunda nos dirige a unas actuaciones concretas,
de acuerdo con los factores implícitos en cada una de las relaciones humanas. Lo
veremos con claridad si consideramos la relación entre hijos y padres. En esta
relación las, cualidades personales de los padres «sólo poseen un valor
secundario en la motivación del respeto que se les debe». Principalmente, los
padres merecen el respeto de sus hijos como «autores de la vida y educadores y
superiores por voluntad de Dios». Vamos a considerar el desarrollo de esta
virtud en distintos tipos de relación: la relación con los amigos, los
compañeros y los demás en general y la relación padres-hijos.
Pero, antes de
comenzar, convendría aclarar qué implicaciones tiene el respeto para las cosas
que, en principio, no tiene cabida en nuestra descripción inicial. No tiene
sentido respetar una cosa porque no puede tener «derechos», ni es posible
perjudicar o favorecer su proceso de mejora, por lo menos si se entiende mejora
en el sentido de una mayor plenitud humana y espiritual. Sin embargo, hablamos
de respetar la Naturaleza, respetar los libros, las posesiones ajenas, respetar
las reglas del juego, etc. Indudablemente, estamos utilizando la palabra con
otro matiz. Al decir «respetar la Naturaleza», por ejemplo, realmente estamos
expresando la necesidad de cuidar la Naturaleza, de usar la Naturaleza de
acuerdo con el fin por la cual ha sido creada. Al hablar de «respetar las reglas
del juego» estamos diciendo que hay que obedecerlas para que puedan cumplir con
su función. El respeto para las cosas sólo tiene sentido si nos damos cuenta de
que las cosas están al servicio del hombre, y que el hombre no hace más que
administrar bienes que son de Dios. Por eso «respetar la Naturaleza» tiene
sentido si entendemos que los motivos para hacerlo son, en primer lugar, que la
Naturaleza es de Dios; en segundo lugar, que los hombres pueden disfrutar de
ella, y en tercer lugar, que usando de ella pueden acercarse a Dios. Nunca
podemos considerar el respeto para las cosas como una finalidad en sí. No
respetamos los bienes ajenos sin más, actuando a su favor y agradeciendo los
bienes que nos proporcionen. Por otra parte, intentamos no perjudicarles
evitando el uso indebido de sus bienes tanto espirituales como materiales.
Se
verá, por tanto, que cada persona tiene el derecho de ser tratado y querido por
los demás por lo que es. Es decir, por ser hijo de Dios. Y así radicalmente
todos somos iguales. Por otra parte, cada uno cuenta con una condición y con
unas circunstancias peculiares y esto hará a los demás respetarles de un modo
diferente.
Los amigos, los compañeros y los demás en general
Las primeras
palabras de la descripción de esta virtud son «actúa o deja de actuar,
procurando no perjudicar ni dejar de beneficiar». ¿Cómo coinciden estas
posibilidades con el concepto, tan de moda, que tienen los adolescentes del
respeto? Para los adolescentes, el respeto consiste principalmente en «dejar de
actuar». Consideran que no hay que imponer, coaccionar ni provocar
intencionalmente ningún cambio en otra persona. Sin embargo, en la realidad
aceptan influencias que ofrecen un placer superficial, pero atractivo, y
rechazan las influencias que pueden estimular un esfuerzo por parte del
interesado hacia una mejora. Un ejemplo de este mismo es: en una Universidad
algunos alumnos provocaron entre sus compañeros la necesidad de demostrar de
algún modo su disconformidad respecto a una cuestión. Algunos profesores
empezaron a hablar individualmente con los alumnos para conocer sus puntos de
vista y para aclararles respecto al problema. Los alumnos que estaban provocando
la discordia se enfadaban mucho, acusando a los profesores de coaccionar a sus
compañeros, etc. Es decir, de faltarles al respeto, aunque de hecho eran ellos
mismos quienes estaban faltándoles al respeto por no dejarles actuar de acuerdo
con una decisión propia.
Por tanto, no sólo se trata de dejar de actuar sino
también de actuar. Pero este actuar necesita basarse en la verdad para no faltar
al respeto. En términos concretos, los demás tienen el derecho de recibir una
información clara y, en la posible, objetiva. Por eso, ser sincero es parte-
fundamental del respeto. Y sabemos que la sinceridad debería ser gobernada por
la caridad y por la prudencia. Esto quiere decir que habrá momentos para decir
las cosas tal como son, con valentía, y otros en que será más respetuoso
callarse. El baremo que habrá que utilizar será el grado de mejora que se
busca.
El desarrollo de la virtud del respeto en cuanto se refiere a la
relación de los hijos con los amigos y con los demás, en general, dependerá en
gran parte, de su edad. Es evidente que, antes de descubrir su intimidad, el
hijo respetará a los amigos de un modo diferente de, cuando ya en la
adolescencia, reconoce otros aspectos de su personalidad.
Los niños pequeños
tendrán que aprender a respetar a sus hermanos, a sus amigos, etc.,
principalmente en lo que se refiere a sus posesiones tangibles y a su
afectividad. Vamos a considerarlo por partes. Los demás tienen el derecho de
hacer uso de sus propias posesiones y de ceder este derecho, cuando ellos
quieran, aunque se trata de que desarrollen la virtud de la generosidad a la
vez. Lo que un niño no puede hacer es robar ni hacer uso de cosas que pertenecen
a los demás sin su autorización. Sin embargo, hace falta reconocer el disgusto
que se puede causar a otra persona para que el niño se dé cuenta del porqué de
estas cosas. Es lógico que esté atraído por las posesiones ajenas y, además, con
su sentido de justicia poco desarrollado puede pensar que es injusto que otra
persona tenga algo que él quiere poseer. No aprovechar de los bienes ajenos
supone desarrollar la virtud de la fortaleza; saber superar los impulsos
egoístas que puedan tener. Por eso, parece sensato establecer un equilibrio en
la familia entre posesiones compartidas entre todos y posesiones personales. A
veces, los padres pretenden que todo lo que poseen los niños esté disponible
para el uso de todos. En este caso, por lo menos, están desaprovechando una
ocasión para desarrollar el respeto en sus hijos.
Los hijos no sólo tienen
que aprender a reconocer lo que significa ser dueño de algo, sino también
apreciar las consecuencias que puede tener afectivamente en esa persona si no le
reconocen como dueño. Según el niño será conveniente insistir más en el concepto
de propiedad o en el de la reacción afectiva que puede provocar en la otra
persona. La finalidad que estarnos buscando en la educación de los hijos
pequeños es que piensan en las consecuencias de sus actos antes de realizarlos
porque se dan cuenta de que otras personas van a ser afectadas.
Los hijos
tendrán que aprender a respetar a los demás en relación con sus sentimientos. No
se trata de hacer rabiar a un hermano, ni de provocar la venganza de otro. Sin
embargo, muchas veces parece que los hijos lo entienden como un juego divertido.
Además, no entenderán seguramente un razonamiento del tipo: «¿A ti te gustaría
que te hicieran eso?» Quizá de momento dejen de provocar al hermano, pero
rápidamente vuelven a lo mismo.
Es decir, la capacidad de ponerse en lugar de
la otra persona para reconocer los efectos de lo que está pasando es muy poco
desarrollado en los niños pequeños. Más bien se comportarán adecuadamente porque
existen unas reglas del juego. Quizá una recomendación que se podría hacer sería
no preocuparse demasiado para desarrollar el respeto en este sentido con los
niños pequeños, pero sí ayudarles a desarrollar la virtud de la obediencia, y a
desarrollar su voluntad para que, al llegar a reconocer la posibilidad de
respetar a otras personas, cuenten con la fuerza interior suficiente para
hacerlo.
De todos modos, los niños pueden ir preparándose para respetar
afectivamente a los demás, viviendo en un ambiente de respeto y de cariño.
Necesitan tener criterios para saber dónde comienza y dónde termina el respeto.
Consideramos algunos ejemplos. El niño tendrá que reconocer que existe un trato
diferente de acuerdo con la condición de la persona, pero no necesariamente de
acuerdo con sus circunstancias, Si en la familia trabaja algún empleado, una
interina, por ejemplo, verán que sus padres le tratan de un -modo diferente que
a ellos, precisamente por existir unas características diferentes en la misma
relación. Sin embargo, los padres pueden tratar a esa interina con consideración
o sin ella. Si no respetan a esa persona, si no reconocen su derecho de ser
tratada dignamente, con consideración, es probable que los hijos tampoco lo
hagan. Así aprenden los hijos a mandar sin respetar.
Si los hijos oyen a sus
padres criticar indiscriminadamente a cierto tipo de persona, sea por raza, por
origen, por profesión, por características personales, es probable que esta
intransigencia y falta de respeto condicionen al niño también de tal modo que
empiece a decir las mismas cosas, a encasillar a los demás.
Con los niños
pequeños estamos intentando preparar las bases para que lleguen a reconocer y a
apreciar la posibilidad radical que tiene cualquier persona para mejorar. Si en
cualquier momento, desconfiáramos de que esa persona no utilizase ni su voluntad
ni su inteligencia para mejorar, la estaríamos equiparando a un animal.
Si
hemos centrado la atención con referencia a los más pequeños, en el cumplimiento
de unas cuantas normas como preparación para el desarrollo del respeto, podrá
ser conveniente resumirlas en unos cuantos puntos:
1) Enseñarles que cada uno
es diferente y, por tanto, hay que tratarles de un modo distinto.
2)
Enseñarles a reconocer a cada uno por lo que es, sin «clasificarles». Y como
consecuencia:
2.1) Enseñarles a comportarse de tal modo que no provoquen
disgustos para los demás, apropiándose de sus bienes indebidamente, tratándoles
con poca consideración, etc.
2.2) Enseñarles a no criticar a los
demás.
2.3) Enseñarles a actuar positivamente a favor de los demás.
2.4)
Enseñarles a buscar lo positivo en los demás.
2.5) Enseñarles a agradecer los
esfuerzos de los demás en su favor.
Al llegar a la adolescencia, el
respeto tiene mucho más sentido. Ya con una intimidad propia descubierta, los
hijos son capaces de reconocer lo que significa respetar a los demás y
respetarse a sí mismos. Precisamente el desarrollo de la virtud del pudor está
basada en la apreciación correcta de la intimidad propia y ajena y el
consecuente respeto que es debido a cada uno.
Podemos considerar algunos
elementos de este respeto que suelen provocar dificultades para el adolescente.
El adolescente quiere ser respetado por los demás y nota claramente cuándo
existe este respeto. Sin embargo, no nota con tanta claridad cuándo está
faltando en respeto hacia los demás. Se enfada cuando algún amigo no acude a una
cita, pero no le importa si es él quien falla. Le molesta que algún amigo hable
mal de él, pero está muy dispuesto a hablar mal de los demás, etcétera. Es
lógico que debería existir un mayor respeto entre las personas que se conocen
mejor -los hermanos y los amigos íntimos-, porque en la misma relación es
necesario afinar más para permitir una convivencia continua. Incluso la
convivencia entre hermanos únicamente es posible si existe un gran respeto,
porque no existe la posibilidad de elegir los hermanos de acuerdo con el propio
modo de ser. Cada uno es diferente, tiene un estilo particular. Y cada uno tiene
derecho de vivir en. El hogar.
Los padres pueden explicar esto mismo a sus
hijos, intentando a la vez que tengan la posibilidad de desarrollarse en ámbitos
adecuados para que no surjan situaciones que pueden provocar innecesariamente
faltas de respeto entre ellas. Ahora si que es posible aclarar a un hijo que no
debiera hablar de las cosas íntimas de algún hermano delante de los demás, de
mostrarles que cada uno tiene el derecho de comportarse como él quiera, con tal
de que no perjudique a los demás ni a él mismo.
Otro problema para el
adolescente es que entiende el respeto únicamente como un «dejar de actuar,
procurando no perjudicar», y así no reconoce su deber de ayudar a los demás. Si
los demás tienen la posibilidad radical de mejora, el respeto nos debería llevar
a ayudarles a alcanzar una mayor plenitud personal. Ahora bien, para poder
ayudar hay que conocer al otro y muchos aspectos de su situación. Sería una
falta de respeto hacer sugerencias infundadas a otro. También sería una falta de
sentido común. Pero si se conoce a la persona, si existe un contacto suficiente
para que se interese mutuamente el uno por el otro, el respeto supone que actúa
en su favor positivamente.
El respeto está basado, en este sentido, en el
conocimiento dé la condición y de las circunstancias de la otra persona. Si uno
conoce a otro bastante bien es posible, en gran parte, prever las consecuencias
de una actuación propia. Antes de actuar hace falta considerar las
consecuencias, por respeto.
Esto quedará claro si pensamos en la relación
entre chicos y chicas. Un chico podría plantear a una chica alguna propuesta
poco honrada, convenciéndola para que lo acepte con razones engañosas o jugando
con sus emociones. Si luego la chica aceptara la propuesta, es probable que el
chico diría que había decidido libremente, cuando, de hecho, ha habido una
coacción clara, una falta de respeto.
El respeto solamente tiene sentido sí
está basado en la realidad objetiva en lo que es verdadero. Por eso habrá que
distinguir entre el derecho que cada uno tiene de opinar como quiere y el
derecho que los demás tienen para recibir una información verdadera que les
ayude a mejorar. No es falta de respeto mostrar a otra persona que alguna
opinión es errónea. Precisamente es, el respeto a la verdad que nos lleva a
aclararle la situación. Pero muchas veces los adolescentes no tienen en cuenta
la situación de los demás cuando se trata de su «derecho» de opinar.
Efectivamente, tienen el derecho de opinar como quieran, pero no de influir
negativamente sobre unos hermanos pequeños o sobre unos amigos menos maduros con
el «peso» de su razonamiento. El respeto supone que si uno no está completamente
seguro de la veracidad de lo que uno piensa, por prudencia, por respeto, no se
trata de proporcionar esta influencia que puede perjudicar a los demás. Y, como
hemos dicho antes, al saber que algo es verdadero se trata de influir
positivamente en bien de los demás.
Concretando, los padres, en relación con
sus hijos adolescentes, tendrán que aclararles lo que es el respeto y cuáles son
los peligros que pueden surgir para contrarrestar el sentido positivo de este
valor. Habrá que enseñarles a pensar en las consecuencias de sus acciones, de
distinguir entre las personas con quien se relacionan, su capacidad intelectual,
su edad, su temperamento. Y, reconociendo la situación real, actuar o dejar de
actuar procurando no perjudicar ni dejar de beneficiar a los demás.
LA
RELACIÓN CON LOS PADRES
«El respeto a los demás debe ser interno y externo.
Se infringe esta obligación por el desprecio interior, las palabras injuriosas,
la actitud despectiva, el incumplimiento de su "última voluntad" y, sobre todo,
por los malos tratos». Al hablar de la actuación de los padres y la educación de
los valores nos referimos ampliamente al tema del respeto que debería tener los
padres hacia sus hijos. Sin embargo, no hemos estudiado el tema de cómo educar a
los hijos para que respeten a sus padres. Y es importante porque los hijos
tienen la obligación de respetar a sus padres toda la vida. Sólo tienen el deber
de obedecerles mientras viven bajo el mismo techo. (También deben obediencia los
menores qué están bajo su patria potestad, aunque no vivan en el domicilio
paterno.)
A la vez, tienen que enseñar a sus hijos a respetarles. En este
caso puede ser conveniente considerar si existe diferencia entre el respeto
basado en la justicia y el respeto basado en el amor. Indudablemente, queremos
conseguir que nuestros hijos nos respeten por amor, pero existe una diferencia
entre el respeto por amor que pueden tener los hijos hacia algún amigo y el
respeto hacia sus padres. Esta diferencia está precisamente en que sus padres
han sido autores de sus vidas y, por tanto, tienen una autoridad por su misma
calidad de padres. Los hijos deberían amarles. Principalmente por ser sus
padres, no por sus cualidades específicas, como sería el caso de algún amigo.
Por eso, no se puede hacer una distinción entre el respeto basado en la justicia
y el respeto basado en el amor. Si se respeta únicamente por justicia, el
respeto es incompleto, pero todavía más si se respeta únicamente por amor a las
cualidades de la persona.
Para conseguir que los hijos desarrollen su respeto
hacia los padres existe la posibilidad de actuar personalmente para conseguir
resultados en relación con la propia persona o de actuar en favor del cónyuge.
En algunas cuestiones será más fácil, más apropiado, ayudar a los hijos a
conocer la situación real del cónyuge que resaltar la relación con uno mismo,
aunque también se tratará de exigir a los hijos un trato adecuado hacia uno
mismo para mantener la dignidad propia. Unos padres se encontraron con que su
hija, todavía sin casarse, había quedado embarazada. En sí, el suceso les causó
mucho dolor. Pero todavía más cuando otra hermana se enfadó con ellos
acusándoles de ser responsables de la situación por no haber enseñado a su
hermana a utilizar anticonceptivos. El dolor en esta segunda situación está
causado por una falta de respeto inmenso. A veces, los hijos adolescentes creen
que tienen el derecho de opinar y de hacer lo que quieren delante de sus padres.
Pero actuar y decir cosas deliberadamente para que sufran o se enfaden los
padres es una falta de respeto y habrá que exigir a los hijos para que les
respeten, por lo menos, en el aspecto de no perjudicar. En situaciones
conflictivas entre padres y adolescentes puede ser necesario decir con claridad
al hijo que mientras esté bajo el mismo techo tienen la obligación de
respetarles, obedeciéndoles, aunque no quieran, porque los padres siguen siendo
responsables de ellos. Cuando ya alcancen su mayoría de edad, pueden dejar de
obedecerles, pero no de respetarles.
Será difícil que los hijos aprendan a
controlarse para no tratar mal a sus padres, a menos que los padres hayan
mostrado con su ejemplo que ellos también respetan a sus hijos, buscando su
bien. Y muchas veces los hijos no entienden que sus padres están actuando en
bien suyo. En estas ocasiones, el cónyuge puede explicar con claridad pero
brevemente los motivos de la actuación del otro. No se trata de convencer. Los
hijos tienen el derecho de recibir una información suficiente para saber que sus
padres están actuando de acuerdo pon unos criterios que pueden suponer una
mejora para ellos. Si no, no les será posible aceptar que estas" exigencias son
justas y razonables. Pero, a continuación, deben respetar a sus padres y si no
están de acuerdo con su decisión, incluso si creen que no es una decisión justa
ni razonable, deben decírselo con delicadeza, intentando no herir y explicando
los motivos para una decisión contraria o diferente.
En este sentido, podemos
ver que cuando existe un cariño real entre padres e hijos el respeto es
connatural porque los hijos dan, sin saberlo muchas veces, el valor debido a ser
padres, y los padres el valor debido a ser hijos.
Para educar este cariño
desde pequeños habrá que defender el papel de padre. Los padres pueden ser
amigos de sus hijos pero la relación padre-hijo es más. El hijo espera de su
padre que le exija, y seguramente no pondrá en duda su deber de respetar y
obedecerle si el mismo padre no lo pone en tela de juicio. Y creo que esto es
verdadero, aunque el ambiente de la calle no lo favorezca.
El hijo notará que
su padre le exige porque le quiere, no por venganza, ni para molestarle, y
exigirá a su vez una atención adecuada. Esto también es respetar porque está
actuando para que la otra persona cumpla con su deber. Por eso, se dice que los
padres educan a sus hijos pero también los hijos a sus padres. Se educan cuando
existe respeto mutuo.
Por lo que hemos dicho, habrá quedado claro que no es
posible desarrollar el valor del respeto sin amor. Pero no se trata de actuar o
interpretar este amor, indiscriminadamente, sino de acuerdo con la condición y
circunstancias de la otra persona. En cuanto se olvida de que el respeto supone
creer en la posibilidad radical de mejora que tienen los demás, se acaba
encasillando a la persona, limitándole y recortando las oportunidades que tiene
para alcanzar una mayor plenitud humana y espiritual. Se trata de dejar de
actuar cuando podemos perjudicar estas posibilidades de mejora. Se trata de
actuar para beneficiar.
El respeto a los demás solamente es correcto sí lo
hacemos por reconocerles hijos de Dios. El respeto hacia los padres es porque
Dios ha querido que fueran nuestros padres. El respeto no es algo que se puede
repartir de acuerdo con las cualidades de las personas con quienes se tiene
contacto. Los demás -todos- tienen el derecho de ser respetados por nosotros. El
modo de interpretar este respeto y vivirlo bien, en cada caso, será resultado de
haber reconocido los derechos, la condición y las circunstancias reales de esas
personas y a continuación actuar o dejar de actuar por amor.
Elaborado
por:
Maribel Elena Morales de Casas
Chitré. Panamá
UNIVERSIDAD LATINA
DE PANAMA. SEDE AZUERO
Y como queréis que hagan los hombres con vosotros,
así también haced vosotros con ellos. (Lucas 6:31)
Que Dios te
bendiga.
Recopilado por:
alimentoparalamente@gmail.com
Los valores son las cualidades de las acciones y las cosas que permiten ponderar la bondad, maldad, belleza, fealdad, etc.
Los argentinos, a diferencia de los norteamericanos o europeos, no se identifican con el Estado. El Estado es impersonal y el argentino solo concibe una relacion personal. Tiene una puja por los valores individuales y comunes. Habla de los valores cada vez que hay crisis, en los discursos politicos, los actores sociales, en la television o en los cafes. Se habla de los valores en forma general, pero tambien se habla de valores tradicionales, patrios, solidarios, amistosos, setentistas, etc *
Pero, de que valores hablamos cuando hablamos? y con cuales nos conducimos?
Primero hay que entender que si bien los valores en esencia son permanentes, las poblaciones, las sociedades, cambian y por lo tanto tambien lo hace su apreciacion y comportamiento respecto de ellos, de manera que la matriz "valoracion" varia, tanto en cuales son los que estan presentes como cual es la ponderacion de cada uno de ellos.
Como lo importante a los fines sociales no es la retorica sino la realidad, habria que ver si aquello que desea como conducta social se corresponde con la manera que esa misma gente se conduce.
* REY, Pedro. "Los valores argentinos, en su laberinto" LA NACION, Buenos Aires, Argentina. 23 de noviembre de 2003, 7 Seccion "ENFOQUES".
Pero, de que valores hablamos cuando hablamos? y con cuales nos conducimos?
Primero hay que entender que si bien los valores en esencia son permanentes, las poblaciones, las sociedades, cambian y por lo tanto tambien lo hace su apreciacion y comportamiento respecto de ellos, de manera que la matriz "valoracion" varia, tanto en cuales son los que estan presentes como cual es la ponderacion de cada uno de ellos.
Como lo importante a los fines sociales no es la retorica sino la realidad, habria que ver si aquello que desea como conducta social se corresponde con la manera que esa misma gente se conduce.
* REY, Pedro. "Los valores argentinos, en su laberinto" LA NACION, Buenos Aires, Argentina. 23 de noviembre de 2003, 7 Seccion "ENFOQUES".
DISCUTIREMOS SOBRE CUALES SON LOS VALORES QUE LA SOCIEDAD ARGENTINA TIENE Y CUALES DEBIERA
DEFENDER, DESARROLLAR Y DESTERRAR.y l
as cosas que permite ponderar la bondad, maldad,
domingo, 21 de octubre de 2012
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